Torear bajo la luz de la luna


http://www.evaflorencia-arte.com/



Hacer la luna
Torear bajo la luz de la luna

En la segunda decada del siglo pasado, el joven Juan Belmonte (que luego se convirtió en el padre de la tauromaquia actual) tenía que cruzar el río Guadalquivir a nado para poder torear vaquillas, y tenía que hacerlo de noche para así burlar a los vaqueros que vigilaban el ganado y, como es lógico, aprovechaba la luz de la luna.
Eran otros tiempos: en aquel entonces muy pocos tenían acceso a las ganaderías, y, para poder aprender y entrenarse, los muchachos de la clase baja tenían que hacerlo furtivamente.





La última vez que toreé decidí hacerlo desnuda…de aquella manera antigua y ancestral… lejos de la gente y de las plazas, sin cargar con responsabilidades, sin ruido ni trajes brillantes…solo mi piel.
Aquella era la última vez junto a lo que más amaba, ya lo había decidido, y decidí despedirme como aquel muchacho que en los años 20 empezaba…de la forma más íntima…con la luna como testigo.…quise que aquella muerte de una parte de mí se hiciera tan natural como un nacimiento.

Hay tres ocasiones en la vida de una persona en las que la desnudez es imprescindible: al nacer, cuando amamos, y cuando nos ponemos frente a nosotros mismos…el toreo es todo eso…el toreo es enfrentarse a uno mismo, es hacer el amor, y es volver a nacer.



Me lo quité todo, y de repente fui solo yo en la inmensidad de una noche de verano…fui el latido de mi corazón…fui mi miedo y mi valor desnudos.

Ahora no había ningún tipo de obstáculo entre el animal y yo.
Recuerdo su aliento y la calidez de su piel cada vez que me rozaba en una pasada. Recuerdo la vibración de su galope bajo la planta de mis pies y los flecos de su cola que se enredaban alrededor de mi cintura, recuerdo la caricia quemante de sus pitones rozandome y su bravura entregada a la vida como un cosquilleo apremiante.

Nunca la sensación de torear fue más pura y más vital.

Entregada a mi propia naturaleza, me fundí con la embestida del animal, con la tierra bajo mis pies y con la brisa templada de la noche mientras sentía la luz de la luna como el beso de una madre protectora a la que yo susurraba mis sentimientos, aunque ella ya los conocía, pero, a lo mejor, yo necesitaba decírselos de aquella manera, para reconocerme y aceptarme en lo más profundo y dejar de pelear con los elementos superfluos. Necesitaba despojarme de cualquier capa protectora detrás de la cual pudiera esconderme, y ser capaz de mirarme con sencillez, como ella me veía en aquel momento.

Mi desnudez no fue solo física, sino psicológica. Nunca me sentí tan desnuda, por fuera y por dentro, pero a la vez segura y serena en ello…como el David de Michelangelo en su marmórea arrogancia. Porque he aprendido que la desnudez no es para nada sinónimo de indefensión, sino más bien de confianza.
En el mismo templo de la cristiandad reina la desnudez…hermosa e innegablemente bella en su sencillez, como un vivo espejo del alma.


Eva Florencia Bianchini

Torera y pintora 





http://www.evaflorencia-arte.com/

Comentarios